Por: Emilio Flores Escalona
El ser humano siempre ha buscado sentirse perteneciente a un grupo. Es parte de nuestra esencia tener una identidad la cual podamos transmitir al resto de la comunidad. Es por eso que fenómenos como la narcocultura surgen cuando esta necesidad no corresponde con la reglamentación del Estado. Es decir, surge un nuevo género mediático que, aunque glorifique actos en contra de la ley, propone una identidad distinta pero a la vez, bastante popular.
“Un viajero francés del siglo XIX escribió que en ninguna parte del mundo había escuchado hablar de la ley con tanta reverencia como nuestra América, donde la ley se viola cotidiana y sistemáticamente" Basave en el 2010 citaba este pensamiento para nada fortuito de un extranjero. Aunque exista un gran número de personas que consideran que seguir la ley es lo correcto, el mexicano suele verse "obligado" a irse por la ilegalidad. El verdadero, o sea el de los mortales, sistema mexicano funciona para que las leyes se violen cotidianamente.
Pero, aunque esto sí pasa, la ciudadanía promedio no llega todavía a grados de ilegalidad como el atentar delitos graves. Son en cambio situaciones como colgarse de la luz pública o saltarse los semáforos, que forman parte del día a día. Se tiene que defender con palabras el deber ser, pero es con acciones que se expresa la realidad irruptora de la ley.
Esta mentalidad mexicana de “el que no tranza no avanza” surge de un sistema que impide que las clases bajas puedan elevar su status siguiendo las normas. El gobierno cambió de un plan proteccionista y de apoyos a uno que obstaculiza a comunidades completamente marginadas, propiciando la desconfianza de hoy en día del sistema.
No existe cultura exitosa que profiera el estado: la de un mexicano honesto, la de pagar impuestos o la de respetar las leyes básicas de transito a pesar de las inconveniencias. Al ver que el Estado no puede satisfacer estas necesidades, una parte de la población opta por identificarse con culturas irruptoras, algunas de apatía, otras del sector privado y unas cuantas con el narcotráfico.
Según el documental Narco Cultura (2017) a diferencia de la delincuencia organizada, el narcotráfico sugiere una forma más "honrada" de ganar dinero y sustentar a la familia, puesto que sigue abarcando la idea del trabajo y el crecimiento laboral.
Al existir figuras como Pablo Escobar o El Chapo, la gente enaltece estos nombres al conocer sus hazañas antisistema pero con valores tradicionales como el trabajo, esfuerzo y la familias. Sugiere un sistema más confiable para las poblaciones marginadas o por lo menos más honesto con sus intenciones. La figura del narco se convierte en una de respeto y sobre todo alcanzable. Produce la sensación de avance que tanto le hace falta a la población mexicana.
El narcotráfico, aunque ya existía, es apenas hace un poco más de una década que funciona como un elemento de identidad. Néstor García menciona que el consumo llega en forma de estructuras que dan orden a lo que pensamos y deseamos, puesto que el consumo sirve como forma de apropiación cultural, no es necesario pertenecer completamente a un sector para ser parte de esta identidad; es decir, no tengo que ser narco para ser parte de la narcocultura.
Esa es la función del consumismo, de brindarnos la opción de ser quienes queramos ser, con tal de consumir. No vemos a todas las personas que ven las narco-series siendo parte del narcotráfico, esto es a lo que se refiere la narcocultura, es el producto consumible del narcotráfico. Citando a un reconocido cantante de narco-corridos “La gente viene a mis conciertos para sentirse narcos por un día”.
Siendo tan violentos y arriesgados estos productos, resulta impactante como aún las personas siguen fascinadas con la imagen del narco. Muchos ya no se imaginan al hombre de negocios o al joven revolucionario, se fijan en aquel que representa una forma de vivir fuera de lo permitido, una forma de vivir donde se glorifica cada acto que rechaza al gobierno pero sin soltar valores tradicionales.
Es tan grande su influencia que presionan al gobierno para que, en sus respectivas zonas, se apliquen sus propias reglas, una forma directa de mostrar su hegemonía y un acto plausible según sus admiradores. Nestor García ya lo decía “en las conductas ansiosas y obsesivas ante el consumo puede haber como origen una insatisfacción profunda”.
El consumo desmedido de esta nueva cultura surge de la frustración mexicana originada por la búsqueda de lo correcto en un ambiente que te obliga a lo incorrecto. Una problemática que se perpetua desde el estado, propiciando que la industria mediatica vislumbre una oportunidad en donde el gobierno ni siquiera se ocupa.
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