Por Emilio Flores Escalona.
Una de las primeras lecciones de hacer cine es entender la gran cantidad de gente que hay detrás de una escena: Operadores de luces, maquillistas, productores, cocineros, una producción que cuida los lentes de la cámara, un grupo de camarógrafos que la usan, un tropel de asistentes de producción y muchas más personas. Pero específicamente hay un director. Aquel puesto que se encarga de acomodar las piezas estratégicamente para que, ni el tiempo ni los recursos sean un obstáculo para la realización de la obra. El director, Carlos Enderle, comprendía esta forma numerosa de hacer cine, pero no la compartía.
En un pequeño cuarto se estaba filmando el primer mediometraje de Carlos: Complicidades y en una de las esquinas había un invitado que hasta ahora se había mantenido callado. Era un estudiante de cine del Centro de Capacitación Cinematográfica (el CCC). Él estaba siendo testigo de el escueto equipo de producción de Enderle conformado únicamente por 3 personas: Un director, un camarógrafo y un actor. Los tres estaban igualmente apretados que hambrientos, pero ninguna de esas dos cosas hacía que pararan de ensayar una escena. El estudiante, al ver a tan poca gente, no se contuvo y se le escapó un comentario: “A mí me deprimiría hacer una película con una producción así de pequeña”. Por un momento el silencio imperó en la sala, hasta que, lo voltearon a ver; se acomodaron y le contestaron “por eso no has hecho ninguna”, se voltearon y siguieron con lo suyo.
Tres años más tarde, en 1997, Complicidades se estrenó cuando Carlos apenas tenía 21 años. Más tarde el filme consiguiera un lugar en el Festival de Cine de la Ciudad de México. Su sueño, desde siempre, fue contar una historia en el cine y a inicios de su juventud ya lo había cumplido. Se preguntó “¿qué sigue?” y decidió hacer más cine.
Su nombre completo es Carlos Enderle Peña, nació en el año de 1976 en Ciudad Madero, Tamaulipas. Tiene un hijo de 21 años, la misma edad en la que Carlos presentó su primera filmación. Actualmente, el hijo vive con su madre y el director vive con su pareja, Guillermina Campuzano. Se conocieron en el 98 pero no fue hasta después de 13 años que las bondades de Facebook facilitaron una reunión entre los dos. Guillermina, actriz de teatro y cine, como conoce muy bien los perjuicios que puede tener un artista de pocos recursos, le atrajo la tenaz actitud de Carlos por hacer su arte una realidad. “Yo creo que todo el tiempo está pensando en cine, en estructuras dramáticas, en ritmos dramáticos. Admiro mucho esa capacidad que tiene” me contó Guillermina. Ambos se dieron cuenta que sus vidas orbitaban en la misma dirección y juntarse era un desenlace bastante obvio.
A unos metros de la vivienda del cineasta está su actual trabajo fijo: El Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Es una casa de dos pisos con 5 cuartos. En la parte superior, con pintura roja, están bordadas las palabras: STPC AUTORES. De toda la calle plateros destaca porque es la única que está adornada de este color. Adentro, en la sala principal, hay una pared donde se muestran cuatro posters de películas colgados. Uno de ellos es el de Crónicas Chilangas, la segunda producción que dirigió y escribió el director.
Una alfombra como piso, unos sillones marrones y un vasto escritorio reciben desde la entrada a cualquiera que quisiera pasar por la puerta principal. Ese escritorio es de Carlos. “Me dedico a llevar documentos a instituciones vinculadas; hacer pagos bancarios; hacer las compras necesarias para el funcionamiento del sindicato, entre otras cosas”. Su intención es aprender más de cine, mientras aporta a mejorar las condiciones de trabajo de los guionistas. Una labor muy difícil, pues hacer cine independiente en México a veces obliga a los productores a no dar ni siquiera prestaciones.
“¿Por qué escogiste el cine y no otra forma de contar historias?” Le pregunto mientras él se recarga sobre la silla de su escritorio. Espera un breve espacio en donde permite que el silencio conteste, para después, como si la respuesta fuera tan imposible de responder, contesta con otra genuina pregunta “Pues, ¿cuál otra forma hay?”. Carlos Enderle Peña, de tez clara pero apiñonada por el sol, viste una sudadera gris y unos jeans color azul. Su espalda esta un poco jorobada y aquella inclinación hace que destaquen sus ojos negros. Su cabello del mismo color, ondulado y algo desquebrajado, cae por los lados dejando al descubierto una gran frente. Cada vez que habla de hacer producciones “con el corazón” su barba de candado acompaña una sonrisa imposible de ocultar.
Lo que más le engancha de una película son las tramas. Desde chiquito el fenómeno óptico era su obsesión. La fotografía era linda, sí, pero la fascinación por la ilusión del movimiento no se la daba otra cosa mas que el cine. En un dispositivo ocular de discos de 7 imágenes estereoscópicas que colocabas sobre tus ojos como un visor (mejor conocido en los años ochenta como un Viewmaster) se encontraba su primera fuente de motivación para observar historias que se mueven. Esa primera experiencia, aún sin saberlo, le cambiaría la vida.
Ya a los quince años se le daba muy bien escribir historias, pero no fue hasta que vio El Mariachi de Robert Rodríguez, una obra de bajo presupuesto, cuando pensó “Si el puede hacerlo yo también” y la desesperación por realizar sus historias en video comenzó. Una carrera entre la juventud, el dinero y el amor al arte. “Mi deseo era hacer películas, costara lo que costara”.
En el año 2000, después de hacer su mediometraje Complicidades, deja Tamaulipas para mudarse a Ciudad Nezahualcóyotl, cerca de la Ciudad de México. Tiene la idea de que en la capital podría formarse como cineasta. Pero, más tarde, se daría cuenta que, en ese entonces, la oferta académica para estudiar la carrera era muy poca y las clases eran bastante caras. “Estudiar cine era para reyes y príncipes”, pero, luego, supo que hacer cine no necesariamente. Primero trabajó como asistente de limpieza en un restaurante de la franquicia McDonald’s, luego como mesero en la cadena Chilli’s, y después de lo mismo en el restaurante Denny’s. Finalmente, ingresa a la UNAM para estudiar Ciencias de la Comunicación mientras, un amigo suyo, estaba en el Tecnológico de Monterrey y le contaba de las maravillas técnicas con las que aprendía. A los pocos días, Carlos al enterarse de esto, entusiasmado, se encontraba acompañando a su amigo en sus ejercicios de producción.
Fue así que comenzó Crónicas Chilangas con sus propios medios. Logró primero que se presentara incompleta en el Festival de Cine de Guadalajara. “Yo quería una película más independiente y con más corazón. Soñaba con una película menos industrial”. Obtuvo seis premios de los ocho que participaban y ahí el FIDECINE decidió dar 3 millones de pesos para su postproducción. Termino siendo selección oficial del Film Festival en Nueva York, el Chicago Latino Film Festival, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en la Habana, el Festival Internacional de Cine de Varsovia y muchas otras ceremonias del cine global. Tal éxito fue recompensado al ganar la Diosa de Plata como mejor Opera Prima y ser preseleccionado para Mejor Película Extranjera en los Golden Globes de ese año.
Tal vida de cineasta que imaginaba, ahora estaba ante sus ojos. Sin embargo, a pesar de tan reconfortante recibimiento, Carlos estaba desgastado. En un momento de respiro me confesó que llegó a pensar en no querer volver a hacer una película pues, el esfuerzo que le exigió la producción fue mucho mayor al esperado. Subestimó el trabajo de Robert Rodriguez y ahora entendía al ring al que se estaba metiendo. Hacer cine tal vez no era solo de príncipes o reyes sino también de luchadores. De aquellos que aguantan, aunque el público los insulte. De aquellos que se levantan, aunque ya los hayan caído diez veces. De esos que luego pierden, pero buscan la siguiente pelea. De eso buenos luchadores que son como Carlos Peña que se sacuden el desgaste y siguen por más.
Desde entonces piensa todo en cine: Cuando necesitaba un trabajo fijo se quedó en aquel en donde pudiera rodearse de gente del rubro; Cuando tiene tiempo libre, pide recomendaciones fílmicas a sus compañeros para estudiarlas; Cuando da clases todos los lunes, trabaja con un alumno suyo el guion de una película. Incluso piensa su dieta a partir de que tan saludable será para que rinda lo suficiente para seguir haciendo cine.
Mientras caminaba de su trabajo a su casa le pregunte que por qué no se va en transporte, se ahorraría más de la mitad del tiempo de traslado, el respondió “un buen cineasta debe tener buena condición física, este es mi momento de actividad que tengo para eso”. Y siguió caminando.
Para ganar recursos para su siguiente proyecto vendió un guion que alguna vez hizo cuando se ganó el FONCA del 2005. La producción que se lo compró le invirtió 20 millones de pesos para su realización, muy distante a sus producciones. Al estrenarse, Carlos obtuvo el 66% de las regalías, aunque cuando lo invitaban a las grabaciones, nunca quiso ir.
Se me acerca al escritorio, recarga sus hombros sobre la mesa y con las manos explica: “No es lo mismo dar un salto si tienes seguro, a cuando lo das y no lo tienes. A esa película le faltaba corazón. Le faltaba sacrificio”. La principal queja del guionista estaba en el elenco: Damián Alcázar, Paulina Gaitán, Jorge Zárate, entre otros actores. Carlos cree firmemente que si los involucrados en cualquier proyecto, no conectan con la historia, se va a notar en el producto final. “Damián ni le gustaba el rock, solo la trova, nada que ver con la película”. El guion titulado Eddie Reynolds y los ángeles de acero lo escribió pensando en un musical de Rock, pero, la película terminó siendo una comedia de solo dos temas originales. Su opinión sobre el cine como industria se acentuó después de tal acontecimiento.
Para sacarse esa espinita realizó una proeza de la que Guillermina recuerda intensamente, la realización de su segundo largometraje titulado Minezota en donde, ahora sí, una banda de Rock toca 7 temas originales. Guillermina, en ese entonces reciente pareja de Carlos, fue la protagonista y la casa en la que ambos vivían se convirtió en el set. Durante 30 días la cama en la que dormían y en la que grababan era la misma. Trabajar en estas condiciones era algo que ella destacaba de la mente “chispeante” del director. “¿Chispeante?” Le pregunto a Guillermina “Sí, Chsipeante, se le chispa la cabeza, le gira la ardilla, es indómito, es irreverente, está loco, es… un buen tipo.” El trabajo dio frutos pues, en el 2015, fue seleccionada en el Festival de Cine de Morelia en donde ganó un premio de financiamiento. Pero no fue hasta 2023, ocho años más tarde, que tuvo su doble estreno en La Cineteca Nacional y a los pocos meses, fue nominada a Mejor Guion Original y a Mejor Fotografía en las Diosas de Plata del 2024.
Ya son las tres de la tarde en el Sindicato, se para, se acomoda, agarra su mochila y a media salida, toma una película de las manos de Oscar Blancarte, otro director del sindicato, quien se la ofrece con estas palabras: “Carlos yo te veo con mucho talento, por eso te la presto” y se despiden gustosamente. Carlos emprende su camino a pie dejando detrás al sindicato, con su mochila en su espalda y el cine en sus manos.
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